Sobre la novela Sol marchito, de Álvaro Medina
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Sol marchito, novela de Álvaro Medina Amarís |
Álvaro Medina Amarís. Transcribo, con su autorización, la crítica de Fernando Viviescas Monsalve, profesor de la Universidad Nacional, acerca de esta excelente novela.
SOL MARCHITO o de los
antecedentes ancestrales de la violencia de hoy
(Publicado el 10 de noviembre de 2024, en Destacados, Divulgación académica).
El profesor emérito de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), Fernando Viviescas Monsalve, docente del Instituto de Estudios Urbanos – UNAL, reflexiona en este artículo sobre la novela Sol marchito, de Álvaro Medina Amarís.
En un capítulo de uno de sus libros, que él denomina “El
hilo perdido de la novela”, el filósofo francés Jacques Rancière plantea que
“la ficción… no es la invención de mundos imaginarios. Es ante todo una
estructura de racionalidad: un modo de presentación que vuelve perceptibles e
inteligibles las cosas, las situaciones o los acontecimientos; un modo de
vinculación que construye formas de coexistencia, de sucesión y de
encadenamiento causal entre acontecimientos, y da a esas formas los caracteres
de lo posible, de lo real o de lo necesario. Se requiere esta doble operación,
además, en todas partes donde se trata de construir cierto sentido de realidad
y de formular inteligibilidad.”
Uno de los muchos
valores que tiene Sol marchito[1], la novela de Álvaro Medina Amarís, es la
potencia crítica que despliega la narración -tanto de la historia como de la
cotidianidad de las décadas de finales del siglo XIX, en Colombia- pues ella en
su desarrollo argumentativo contribuye enormemente a dilucidar, incluso
en detalle, muchas de las circunstancias y acontecimientos, los apoyos y, sobre
todo, los antecedentes de las violentas oposiciones que obstaculizan el devenir
de la transformación que ha emprendido ahora nuestra sociedad, condensada en el
gobierno que por primera vez, en más de doscientos años, no responde a los
dictados e intereses de las élites tradicionales colombianas.
De manera nítida, la
lectura de la inteligente y sensible exposición de los razonamientos que
justifican las actitudes políticas que en lo fundamental determinan la historia
en los treinta años anteriores al advenimiento del siglo XX, permite apreciar
la dimensión de la incapacidad imaginativa y creativa de los (pretendidos)
“hidalgos” que heredaron el poder de los españoles, para constituir un Estado
que unificara las fuerzas, los intereses y los recursos en pro de la
formulación de un proyecto de sociedad consistente y presentable en el
concierto de las naciones del mundo.
E ilustra cómo esa
inopia argumentativa entronizó la violencia como la única forma de dirimir las
diferencias y, por ende, de sostener el ejercicio del gobierno cuando,
esporádicamente, se tomaba el poder por cualquiera de los bandos -ideológicos,
regionales o económicos-hasta que se presentaban las condiciones para reeditar
la conflagración y, eventualmente, el cambio de usufructo del poder… y así
hasta que los sorprende el final del siglo con la llamada “Guerra del Los Mil
Días” y la pérdida de Panamá.
El desistimiento
-consciente o inconsciente- de la formulación de un horizonte social, de la
responsabilidad política y ética de tomar el destino en sus propias manos e
inteligencias, se había producido desde hacía tanto tiempo que hacia finales de
la década de 1860, la época de la que parte la narración de la tragedia, con
las primeras letras, a los niños de alta alcurnia se les enseñaba “que Dios y
Patria son la misma cosa porque en los países sin Dios no hay noción de patria
y el salvajismo reina…” (pag.21 ).
Con base en este
tipo de “razonamientos” se montaban las plataformas políticas y las arengas
militares para llevar a cientos y miles de seguidores, de peones y de
correligionarios a los innumerables campos de batalla, narrados por Medina,
desde el inicio del libro hasta sus postrimerías.
Y el siglo XX siguió
bajo la misma irracionalidad pues, como lo recordaba Alfonso López Pumarejo, en
los años de la década de 1930, “[S]e practicaba la oposición… con caracteres de
barbarie y de ferocidad … Quienes hoy miran con malos ojos la existencia de
cualquier brote de inconformidad pregonaban la consigna de hacer invivible la
República. Las vías de hecho, el atentado personal, la acción intrépida, en una
palabra, la violencia, que más tarde habría de dejar huella tan funesta en
nuestras costumbres políticas hasta alcanzar las más bajas capas de la
sociedad, se abría camino en los círculos más altos y responsables. Con razón
se ha dicho que la violencia no tuvo su origen en el pueblo, sino que, como
filosofía y como práctica, vino desde lo alto…”[2]
Nunca importó -y
parece que todavía hoy no importa- que en esas matazones se interrumpieran los
sueños y las aspiraciones de millones de hombres y mujeres: “A mi solo me
preocupan las ovejas, la pastora, el arsenal, El Calabrín y defender los
principios morales de la religión verdadera.” expresa el General conservador,
Antonio Ñungo, protagonista de la novela. (p.428)
Y toda la narración
del militar a su hijo, Delio Antonio, que acaba de regresar de Nueva York, en
junio de 1905, y que constituye la primera mitad de toda la obra, tiene como
objetivo transmitirle el mismo mensaje reiterándole simbólicamente, que, protocolizada
“ante notario”, le entregará la casa, La Tabita, de sus ancestros, reconstruida
en la misma forma en que la habían mantenido el abuelo, Delio Ñungo, y el
bisabuelo.
Hoy, casi 150 años
después del asesinato del “poeta e ideólogo guerrillero” Delio Ñungo, vemos
cómo quienes podrían considerarse la reencarnación de esos nietos y bisnietos y
sus aliados y copartidarios, que tampoco han asumido la responsabilidad de formular
ningún proyecto de sociedad medianamente competitiva en el escenario mundial de
la economía ni, mucho menos de la democracia, se oponen con la misma
vehemencia agresiva a cualquier pretensión del cambio que las actuales
ciudadanías están buscando en la Colombia presente.
Después de que,
especialmente, durante los últimos setenta años esas descendencias en sus
diversas variantes no han hecho otra cosa que reiterar -hasta casi naturalizar-
con armamento y métodos, y lenguajes, contemporáneos las expresiones de la
barbarie que la novela de Medina ambienta con sus delicadas prosa y poesía en
los estertores del siglo XIX.
Constituyéndose, por
ello, en un referente obligado para elucidar la encrucijada en la que los
sectores más conservadores del país pretenden convertir las propuestas de
cambio que intenta por primera vez las multitudes colombianas.
Pues en la dramática
narración de Medina no se trata solamente de la brutalidad en general o de la
virulencia política en particular sino de la manera como la violencia se
expresa y domina también todos los ámbitos de la vida individual: la familia,
el amor, la amistad; las relaciones laborales; la educación, etc.
Es en el tratamiento
de esta complejidad, que desarrolla la segunda parte de la extensa narración,
donde, mediante un giro literario de gran calidad, el autor logra potenciar de
manera contundente la proyección crítica de la novela, pues no solo muestra la
pobreza existencial, la precariedad psicológica y sensible de la vida que desde
el entorno personal sustenta toda la violencia y la brutalidad que despliega el
General en los campos de batalla sino que, a través de la narración coral que
reemplaza al monólogo con el que el militar ha monopolizado la palabra en la
primera parte, deja ver la facilidad con la que la esquizofrenia se apodera de
la voluntad y el accionar del protagonista llevándolo no solo a derrumbar la
Nueva Tabita sino que él mismo se despide de este mundo justo cuando ha
empezado a gozar de los resultados de sus victorias militares y políticas.
Aparte de la
detallada demostración que la novela hace de que la violencia en la política
colombiana no la introdujeron ni la guerrilla comunista ni el narcotráfico,
sino que está en la médula del accionar de las élites políticas del país desde
siempre, a mi juicio, ésta aproximación a los efectos e incidencias de la
violencia, que está más acá de los marcos políticos y estructurales e indaga
por efectos en el fuero interno de las personas hace que con, los recientes
Informes de la Comisión de la Verdad, Sol marchito se constituya en uno de
los referentes esenciales del pensamiento crítico contemporáneo en Colombia.
2. Alfonso López Pumarejo y la Universidad Nacional de Colombia (Bogotá: Editorial UNILIBROS, Universidad Nacional de Colombia, 2000), pag. 133.
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