Más allá de Las puetas del infierno
Acaba de aparecer bajo el sello editorial Sképsi, Colección El viaje a Ítaca, dirigida por Gustavo Ibáñez Carreño, la edición decimosegunda de la novela Las puertas del infierno, de José Luis Díaz-Granados, finalista del Premio Rómulo Gallegos, Venezuela, 1987. Con este motivo, publicamos un ensayo sobre dicha novela, de Joaquín Peña Gutiérrez, publicado antes en la Revista El Túnel, Montería, No. 20, 1987.
Más allá de Las puertas del infierno
Por Joaquín Peña Gutiérrez
No me auto condeno a que me
amarren
estas manos con que escribo.
J. L. Díaz-Granados
El martes pasado, yo esperaba en la cama que mis hijos partieran hacia el colegio y la señora, al trabajo. Necesitaba varios silencios para escribir unas palabras que en la noche recién ida y después de estar en Las puertas del infierno, había soñado. Pero la vida, esta vida, se empeña en desafiarnos, en esculcarnos bien hondo en la garganta como probando qué tanto corazón tenemos para aguantar el vómito. Mi esposa, mientras se vestía, me dijo: "¿No te había contado?" Y, antes de que yo pudiera responder, continuó. "Figúrate que una señora salió con la hija al paradero del bus pero olvidó la lonchera. Dejó la niña y regresó a la casa. Cuando volvió al paradero, se consoló pensando que el bus del colegio ya la había recogido. Mentiras. Eso fue el lunes. El jueves, cerca de la casa, encontró a la niña sin un ojo, con $10.000 en un bolsillo del uniforme y una nota que decía, 'gracias por la donación'''.
Recordé otros crímenes totales y comparé. Si bien aquél había sido cometido con cierta técnica -tal vez la niña aún estaba anestesiada-; si bien los otros, los crímenes oficiales o paraoficiales, indican el embrutecimiento e irracionalidad del Sistema como si estuviera a punto
de derrumbarse; si bien el de la niña, por la nota, por el dinero enviado, y, sobre todo, por la devolución de la niña, hacía
manifiesta una elegancia macabra, éste, repetimos, lo mismo que aquéllos, constituyen las mejores
muestras de la desesperanza en que se debate la vida del país, y, sobre todo, la vida de algunos, varios, muchos
componentes de ese país que todavía nos atrevemos a llamar nuestro. Así, amigos, las
palabras que había alistado durante el sueño para decirle despierto a José Luis en esta noche de regocijo, se me cubrieron de niebla, de miedo, de espanto; de agua podrida en la cara. Pero de inmediato hice una comprobación que me alegró
aunque no pudo darme el alivio. Nosotros estamos, no a las puertas sino adentro de Las puertas del infierno.
Antes, venía pensando que algo debía tener esta novela si quedó finalista, hace cinco años, en un concurso internacional; si había sido publicada sin empujones ni apadrinamientos dentro de la Biblioteca de Literatura Colombiana de la Editorial La Oveja Negra; si ya había gente que hablaba de ella con
pasión, en contra o a favor; si no dejaba
al lector indiferente: y si había sido escogida como finalista en uno de los más pesados Premios
Internacionales de América Latina, el Rómulo Gallegos.
El discurso del sujeto era la
narración. El sujeto ha estallado: Se ha desfigurado, decía J. F. Peyret a
propósito de la narrativa de Robert Musil, pero la observación, más allá de las
consideraciones críticas específicas, es válida para la generalidad de los hombres,
Quienes, después de la muerte de Dios, sienten el acecho de la libertad (tanto la libertad acechada como el hombre acechado por la libertad) que también acosa al superhombre. El hombre del siglo XX siente que el mundo se desintegra y, en lugar de mantenerse firme, como le había advertido Nietzsche, se sienta a esperar por si viene Godot, pero es el Führer quien sobreviene (1).
Las puertas del infierno es la novela colombiana que quizás ha atacado con mayor decisión, (no sabemos si con la mayor solvencia) las estructuras clásicas -antiguas y contemporáneas- de la narrativa. Ya es lugar común decir que la linealidad de la novela picaresca no es más que aparente puesto que,
en realidad, se trata de una narración circular.
Sin embargo, el discurso narrativo sí establece una lógica propia amarrada por la unidad de sus tres categorías: tiempo, espacio y acción; pero, sobre todo, por la unidad
que, hasta el siglo pasado,
presentaba al mundo y al universo de los hombres.
Aunque el mundo en el que se desarrolla y el mundo que expresa la novela realista es el burgués, que ya es un
mundo roto, escindido. -Emma Bovary no resiste las contradicciones a las que es sometida por la escisión; así como en Rojo y Negro la doble vida, la de adentro de la casa y la de afuera de ella, la doble moral burguesa, acarrea
más de una tragedia- ella, la novela realista, aún mantenía una estructura cercana a una linealidad que acaso ya no
se avenía con los contenidos. El peso de la novela renacentista, de la de aventuras, de la
naciente policiaca y la "facilidad "
obligada en la elaboración debido a la forma de difusión por
entregas, no permitieron que su escritura se hiciera
de manera distinta.
El rompimiento definitivo viene con la obra de Joyce, y esto también
es un lugar común decirlo. Así que no abundamos en él. Sólo agregamos que los procedimientos narrativos joyceanos en América Latina se habían introducido y
asimilado respetuosamente. Rayuela. La Casa Verde y El Otoño del Patriarca son magníficos ejemplos de novelas clásicas contemporáneas. Pero allí existe un ordenamiento. Los cambios repentinos de acción, tiempo y espacio guardan
una coherencia y, mal que bien,
el lector puede, en una mediana labor de inversión, de desafío y de esclarecimiento, colocar en sentido
lineal esas historias trastocadas. No vamos a decir que el ejercicio anterior es imposible realizarlo con Las puertas del infierno. Decimos más bien que
es inútil, pues la obra no pretende historiar el mundo
de afuera. Pretende retratar un alma, un espíritu. El de su narrador, dentro de ella; el de su autor, en la realidad real. En esta novela, las secuencias interpoladas
son tan de corta extensión y se repiten tan desacompasadamente que da la impresión de
no tener orden ni concierto. Las secuencias atienden
más a las asociaciones de la memoria que a un
diseño literario. Veamos el siguiente ejemplo:
Floralbita de mi corazón. Así así así, ay madrecita linda. Sasaima es una población de clima cálido situada a pocos kilómetros de Bogotá. No la conozco, pero sé por
referencias que cuando Joyce escuchó por primera vez el nombre de este municipio (¿se
lo nombraría acaso Valéry Larbaud, su
íntimo amigo, el autor
de la novela colombiana FERMINA MARQUEZ?), dijo que era tan hermoso que le gustaría ponerlo de título a un libro suyo. He salido del túnel del sueño a la cárcel de la libertad. Voy a encontrarme con lo que sé, con lo
que siento, con lo que amo. Voy a tener conmigo a
mi contrario. Voy a librar una batalla con mi émulo, para así recrear una vez más la existencia, para probar la sabiduría y grandeza de la especie humana. La pelota blanca, de
caucho, ya negra de lo puro sucia, corre en dirección al zaguán. Yo, ¿estoy solo? Pienso: Yo soy yo y
no otro. (2)
Al autor le interesa más recordar que narrar. Por
esta razón. Las puertas del infierno es la novela mosaico. Sólo
que las estampas no aparecen en orden alfabético,
aunque sí en orden de importancia. Así, unas se sobreponen a otras; tapan un extremo, media fotografía, que, sin embargo, más adelante se destapa y se completa. Hay, entonces, una acción discontinua que otorga dificultad para hacer el ejercicio de reconstrucción lineal de la novela, lo que, ya dijimos, es inútil, si hemos comprendido a ese pobre ser que narra; a ese ser perdido que recuerda su existencia.
II
¿De dónde proviene lo cómico de esta frase de una oración fúnebre que cita un filósofo alemán: "El finado era virtuoso
y rollizo"?
H. Bergson
El lenguaje fue uno de los aspectos que más nos sorprendió en la novela de José Luis. No hay en ella una sola frase tradicionalmente bonita. Acaso la siguiente, que si no es bonita, sí
es tradicional: “... sólo era una silueta negra débilmente iluminada por las bombillas de los carros que ahora desaparecía velozmente hacia la
desesperanza..;" (Pág. 73). Hay una intención de no escribir con
elegancia. Nos encontramos con un lenguaje antirretórico. El lenguaje, además, es el vehículo del humor. A
pesar de que el narrador cuenta el "coctel
luciferino" (P. 9) y trágico de su vida, la obra
tiene la presencia permanente del humor satírico, erudito e inteligente de los
hombres neuróticos y escépticos. Veamos: "Hubo un instante de pesadilla cuando le miré el rostro en la penumbra y tuve la fugaz sensación de que me estaba tirando a Miguel Ángel Asturias". (P.14); “… mostraba unas piernas muy peludas. Desde el sardinel opuesto al que yo transitaba, gritaba, gritaba: ¿vamos, mijo? ¿A dónde?, preguntaba yo entre tímido y curioso. Allí, al otro lado del río. Entre los árboles. Cuidado, susurraba mi compañero, esas viejas le cortan a uno las
güevas". (p. 23); “El patriarca de Alejandría, el archimandrita de Siracusa, el monarca de Etiopía, el cenobiarca de Egipto, el
etnarca de Chipe, el llerarca de Chía". (p.69).
Hay, entonces, en esta novela, la presencia de una demolición de formas del lenguaje; de desmoronamiento de resonancias que acaso en nuestras estructuras mentales constituyen lo literario. De esta novela seguramente se va a decir que está mal escrita. Que esto ocurra en un país donde se escribe tan bonito pero donde se dice tan poco, en nuestro caso, constituiría una alabanza. Esperamos que ese hombre desastrado, de pie en la otra orilla, que es el narrador y que es José Luis, el autor, tenga el mismo parecer, en caso de que ello ocurra.
III
En vez de sanar la neurosis, Kafka busca en ella misma
la fuerza salvadora, que es la del conocimiento;
las heridas que la sociedad infiere al
individuo son leídas por este
como cifras de la no verdad
social, como negativo de la verdad. (3)
Th. Adorno
José Kristián tiene, como seguramente todo ser humano, unas pocas obsesiones, que, sin embargo, son suficientes para inquietarle el alma y colocarle la vida en entredicho. Veamos. Una primera obsesión es su familia, que revive cada momento en la memoria del narrador, en la forma del abuelo y, sobre todo, del padre. Ellos, que aún parecen dictarle los cuentos, los poemas, las novelas, los artículos y los ensayos, ocupan el recuerdo con asombrosa insistencia. Y esto no deja de ser un alivio engañoso que más bien adquiere el estatuto de tortura porque realmente se trata de un mito muerto. No es más que un padre muerto que ya no puede, en el presente desastrado de José, revivir a su hijo ni con hechos ni con palabras; no puede dar consuelo al hijo que sufre, con una mano que se alarga paternal hasta el hombro o la cabeza. El hijo ya no es hijo. Es un hombre que va solo por la vida.
Una segunda obsesión son las mujeres, unidas a la bohemia y la rumba más o menos solitaria. José, como todo ser humano que no está en paz con la existencia, se excede. Y pierde. No quiero decir que pierde por causa del exceso. No. No solamente pierde por esa razón. José es un ser escindido no sólo de la sociedad, sino y sobre todo, dentro de él mismo. Él es un hombre que anda correteando rameras y mujeres bien, sin tener conciencia de que la genitalidad no es suficiente; de que su banalización se paga con el vacío; de que no se pueden curar con braguetazos los percances del corazón.
Una tercera obsesión es la literatura. José quiere deberse a la creación literaria. En el momento de escribir la obra que leemos y de la cual estamos hablando en estos momentos, ya José Luis, o José Kristián -no nos asombremos-, estos dos personajes son uno mismo. En la página 13 dice: "voy a tener conmigo a mi contrario"- ha escrito una docena de
libros de cuentos, ensayos, artículos, poemas y novelas, y ha construido varios periódicos. Todo ello no le ha servido para nada. Esas cosas no han traído las satisfacciones. Esos libros han sido tesoros, no escondidos, sino inexistentes. Y la novela que escribe, la que leemos, también se derrumba con el personaje. Esto sucede por una razón. José quería salvarse en ella y por ella. Pero no lo consigue. Para ello no le alcanzan ni la fuerza de su cuerpo ni la fuerza de su fe. En la novela el personaje no se salva; fracasa. Pero,
curiosamente, la condena que padece el personaje en la ficción, sí lo salva ante el mundo real, no ficticio, conforme lo veremos en el numeral siguiente. El narrador quiere alzarse sobre lo que él llama una vida sin sentido.
Trago, mujeres, libros fracasados; recuerdos inservibles; y no puede. "¡Ah! José, reconoce que esta novela es la historia de mil derrotas: es el poema
del fracaso, la oda a la angustia,
el himno de la frustración". (87). Al respecto,
Gabo dice: "La vida de un escritor está llena de batallas perdidas
(. .. ). Lo
importante es ganar la última" (4). En Las puertas del infierno, Gabo no tiene razón. Más
bien miente dos veces. José pierde en su vida y pierde en la novela que
escribe. Aunque queda, al
final, una esperanza. El 3 de octubre,
José debe cumplir una cita con una mujer que ha deseado mucho. Es posible que
ese día encuentre el amor, esa tarde, después de tirarnos la última página
escrita al medio día. Y, esa esperanza, junto con el discurso cuasi místico de
la última página, es lo que puede dañar la novela, ya no como ficción, ya no para su
narrador-personaje,
sino ante el lector, pues, José
para qué va a dañar su destino de hombre derrotado si, conforme lo veremos, ¿el
fracaso de su vida es su salvación? Yo arrancaría esa última página. Yo no
dejaría en la novela una sola sombra de esperanza. Una cuarta obsesión es la
búsqueda de identidad del personaje. En la página 26 encontramos esta frase:
"papá, dije, yo tengo la pasión de comprender a los hombres". Ella es cierta
pero con una precisión. Esa pasión se engolosina y se agota en el
autoconocimiento. Veamos. Desde la primera página se
nos muestran las cartas: “¿Desea usted saber ... cómo es la
vida íntima de un poeta solitario, ... torturado por la idea de escribir una
novela a manera de exorcismo?" Y en
la página 49 existe esta corroboración. "Se trata de definir mi vida". José está tan
embebido buscando la causa de sus males, tratando de encontrar su propia alma extraviada, que no
tiene mirada significativa hacia el
entorno. Solamente al
iniciar el discurso final hay esta frase: " ... mi patria, tiniebla
maloliente .... " Lo demás es una búsqueda
de identidad
personal que, también, termina en
fracaso. "¡Ángel o
demonio? ¡Averígüelo Vargas!" Se pregunta y se responde José, quien más adelante, en la página
92, confirma su carácter de hombre despistado de la vida y en la vida. "Siempre,
siempre yo he estado en la niebla". No es, desde luego, nada curioso que José, siendo un
hombre desadaptado en el mundo de los adultos, quiera regresar al Edén, al vientre, o, al menos, a la cuna. En
dos ocasiones. José dice
"¡Tetello! ¡Tetello!"
Es decir, pide que, por favor, lo regresen a aquella época en que podía vivir
sin actuar. Bastaba una palabra, y el tetero, el seno, caía en la boca como un milagro que
calmaba todas las ansias. Paralelamente hay otra frase que indica el mismo
deseo regresivo, aunque muy
distinta y bastante camuflada: "Por un instante me sentí en la Edad Media y
fui feliz". José
acaso no sea un cobarde. Él realiza muchas cosas. Hasta trabaja en una
entidad estatal y cada quincena hace
cola para cobrar el sueldo y, lo más
importante, se ha encarado consigo mismo, con su propia
conciencia, que es una de las batallas más valerosas en las que el ser
humano puede participar, pues en ella no hay trinchera que valga ni campo de
huída posible. José ya no puede regresar ni se puede quedar en el lugar que
ocupa su existencia. El mundo no lo deja ser en ninguno de sus puntos. En las
94 páginas de la novela, José se ha metido la mano entre el pecho, buscándose,
pero sólo ha encontrado un abismo. Él, que se conoce, que ha dedicado la pasión por
conocer a los hombres, a conocerse, no se entiende, no puede explicarse la madeja de
su alma. Otra derrota,
José. "Es
difícil que los hombres
sean de otro modo". (Adorno, P.170). Las anteriores no son todas las obsesiones que aparecen en Las puertas del infierno. Pero sí nos son suficientes para continuar
exponiendo algunas ideas que se nos han ocurrido sobre la novela y otras suscitadas por ella.
IV
Todo lo individual y remoto es para él cifra de lo grande,
de la cultura, porque el mundo está pensando tan sin laguna
que no tiene espacio para nada que no sea idéntico con el todo
y sin
la menor tensión con él. Hay en esto un
elemento de verdad,
en la
medida en que la sociedad organizada por el dominio
se acerca constantemente a totalidades que no dejan
al individuo libertad alguna;
la totalidad es por tanto su forma lógica (40).
Th. Adorno
Llegó el momento de explicar por qué José Kristián debe persistir, como hecho
literario, en el fracaso; por qué yo no dejaría en la novela una sombra de esperanza; y por qué arrancaría, por consiguiente, la
desafortunada página 94. Así como José Luis y José Kristián son cada uno, el
otro; el contrario de un mismo hombre, este hombre es el otro ser, el
contrario del ser social, del universo cultural que es esta Colombia en que
"vivimos". José es el extrañado, el desadaptado, la oveja para la que no alcanzó la leche y quedó morada y negra por causa del llanto; es el que no se puede
amamantar bien de ese
conjunto social y se quedó y se convirtió
en el distinto social, en el otro, en el
asocial, el enfrentamiento a lo
institucionalizado, a lo normal.
Por un momento hagamos de rastreadores. En la página 59, José,
adulto, aún se estremece y dice, "Padecemos el temblor
congelado de la
primera confesión". No hay duda, por el
contexto, de que se trata del acto sacramental. Es natural que ninguno de los normales, por eso son
normales, vea la confesión como una entrega violenta y "voluntaria"
de la intimidad; que ella, la confesión, constituye el primer desgarramiento de las resistencias de la personalidad para integrarnos a un mundo común, y la primera forma que presenta el mundo exterior para agredir nuestra
individualidad e integramos
a su totalidad. Así, la confesión, antes que confesión, es una comunión. Me une en una tácita complicidad con
quienes han renunciado a ser ellos mismos. ¿Por qué
tiembla José? A pesar de algunas concesiones -"Como
Erasmo de Rotterdam, fui adulador de
cocteles y
matrimonios y llorón de velorios y aniversarios fúnebres" (P. 33)- no es un hombre que pertenezca
al rebaño, al
conjunto de los normales, de los
entregados. Por ser el otro, es agredido por la totalidad social y, a su vez, es un fracaso
porque no ha disfrutado los bienes de que gozan los normales. Por ese fracaso, aún ante sí
mismo, José se salva
como hombre. Esa derrota es
la única señal de
dignidad ante el fracaso inconsciente pero real de los normales, que se consumen o se van
consumiendo sin asumir un proyecto vital, viviendo en un universo en donde
"Todo lo que ocurre, ocurre a los hombres, en vez de ocurrir por
ellos". (T. Adorno. P. 34).
La venganza de José ante el todo social,
inclemente y mierda, es la no-violencia, es
presentarse víctima, sin camisa, con el pecho abierto y decir, descuiden; miren al hombre que ustedes hicieron. Pero, sin embargo, yo, el otro, soy la mejor parte de ustedes en
virtud de mi fracaso y de mi aislamiento; en virtud de mi escisión del cuerpo
de ustedes. Y la
totalidad social, que es moralista, reacciona y condena. A ella no le gusta
verse así. Sólo soporta mirarse una cara. La decente.
v
Los acontecimientos se desarrollan entre los
oligarcas y sus especialistas en muertes, y no nacen
de la dinámica de la sociedad, sino que someten a esta a una administración que administra la aniquilación. (34).
Th. Adorno
"Por lo poco que he leído de esta novela, José, me doy cuenta de que es un libro equivocado ... La aventura no tiene otra salida que la derrota o
la muerte". (P. 86). La primera afirmación la rechazamos; la
segunda, a pesar de la tautología, recibe nuestro aplauso. Las razones están presentes en el numeral anterior. Además, podemos ayudamos con esta
otra cita de Adorno, que también nos parece certera: "El espíritu que se niega a sí mismo y se coloca de parte del poder espera
que se le perdone". (34). Ya vimos que el fracaso y la sumisión de José, constituyen su rebeldía frente al mundo de los normales, y, entre los normales, en este presente hay que repetirlo, está la masa que sobrevive entre el trabajo, la panadería, el televisor y la cama; y los poderosos que viven como quieren, es decir, gozan, ellos sí, la libertad, gracias a que disponen de las vidas ajenas y no duermen
tranquilos hasta tanto no hayan quitado a los demás el derecho de soñar.
Digo que, vistas las cosas desde la literatura, no hay otra salida. Si arrancamos del fondo, de más abajo del fondo; si arrancamos desde adentro de Las
puertas del infierno, la
esperanza de que seamos' capaces será más verdadera, y el otro mundo, aquel que por ahora construimos en nuestros mejores
sueños, tendrá mayor certeza. Por eso digo que escribir estos desastres conforme
lo ha hecho José Luis constituye un acto de valor. Y digo que es preciso escribir estas derrotas, estas muertes, estos que
también podemos llamar triunfos porque estas muertes,
estas derrotas, obliga convertirlas en derrotas y en
muertes frutecidas. Estas muertes merecen de los vivos más que una palabra, pero por lo menos hay que darles una palabra. El ojo de esa niña, más que
$10.000 y una nota, merece más, pero hay que darle siquiera una
palabra de luz. Abad, Vélez Herrera, merecen cuántas cosas pero hay que darles aún cuando sea una palabra de paz. Navarrete merece, como todos los otros muertos de muerte antinatural,
mucho más, pero hay que darle, hay que ponerle en
sus manos por lo menos una palabra de metal.
Yo, de verdad, tenía listas unas palabras jubilosas que había soñado para alimentar el júbilo de esta noche. Pero mira, José Luis, en el réquiem en que vinieron a
quedar. Sin embargo, recíbemelas porque ante el
mundo que atropella, yo tampoco "me auto condeno a que me amarren estas manos con que escribo".
Bibliografía
Lisa Block de Behar. Una retórica del silencio. (Funciones del lector y los procedimientos de la lectura literaria). Serie Lingüística y teoría literaria. México: Siglo XXI Editores; 1984. Pág. 131.
José Luis Díaz-Granados. Las puertas del infierno. Biblioteca de Literatura Colombiana. Bogotá: Editorial La Oveja Negra; 1985; Pág. 13.
Theodor W. Adorno. Crítica cultural y sociedad. Trad. Manuel
Sacristán. Madrid: Editorial Sarpe; 1984; Pág. 161. Las siguientes citas de Adorno corresponden al mismo texto. Las indicaremos anotando el apellido del autor y el número de
la página.
Hernando Piñeros S.: García Márquez: "En mis tiempos
libres no me queda más remedio que escribir novelas" (Entrevista) En: Magazín Dominical de El Espectador; N 0231; 30-VIII-87; Pág. 17-18.
No sé si sepas que me enfrenté a José Donoso para defender a esta novela en el Concurso.
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