David Huerta (1949-2022)
A los 73 años, también, murió Arturo Azuela, en 2012. Era
nieto del inmenso Mariano Azuela, autor de tantos libros, entre ellos la
clásica novela Los de abajo (1916).
Con Arturo y David, en encuentros de escritores, usuales por
entonces y muy distintos a los festivales, ferias y fiestas de ahora, tuve la oportunidad
de compartir en La Habana a comienzos de los años 80 del siglo XX. Con Arturo y
otros narradores de su generación (Britto García, Antonio Skármeta, González
Viaña, Raúl Pérez Torres, Manlio Argueta, Lincoln Silva, Osvaldo Soriano,
Eduardo Galeano, Bryce Echenique, Renato Prada Oropeza: todo un mapa narrativo
de Latinoamérica, inmediatamente posterior al boom) inicié un proyecto de libro
con entrevistas (alcancé a publicar algunas en la prensa) y con ensayos. Pero,
pasó el tiempo y no nos volvimos a ver nunca y mi libro se postergó y se
canceló.
A los dos, a David Huerta y a Arturo Azuela, siempre los imaginé
perseguidos por las sombras del padre y del abuelo. Difíciles de superar. A David lo llamé,
en mi historia de la literatura latinoamericana, neo intimista, ya se anunciaba
como tal, quizás, para diferenciarse de su padre. Fue un estudioso de nuestras
literaturas, recuerdo sus esfuerzos para reunir la obra completa del escritor y
pianista uruguayo, reivindicado en aquella época, Felisberto Hernández,
publicada en tres tomos por Siglo XXI Editores de México.
Como Arturo Azuela, David se ganó todos los premios que otorga México a sus
escritores. Con el tiempo, a pesar de la juventud en que murieron, pienso que
lograron superar el complejo o la realidad literaria de sus progenitores.
Dejaron una obra de investigación y de creación en el ensayo, la narrativa y la
poesía, que apenas comenzamos a descubrir y a leer en serio.
El día de la muerte de David, nuestro poeta Santiago Erazo,
director de Elmalpensante, dijo “va a ser difícil olvidar y superar la
poesía de David Huerta”. Eso mismo decíamos nosotros en 1980 de Efraín Huerta,
su padre. Y aunque, como dice Santiago, David era algo así como la antípoda de
su padre, terminó siendo como el viejo, decidido y tan metido en la carne viva
de nuestro continente. Por eso, voy a transcribir el poema de David Huerta plantado
en el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca, MACO, en el monumento a los caídos
en Ayotzinapa, esos 43 estudiantes que se esfumaron en el vagón de la violencia
para estatal mexicana.
(El texto del poema lo tomo de la revista virtual, mexicana, Tierra
Adentro).
AYOTZINAPA
Mordemos la sombra
Y en la sombra
Aparecen los muertos
Como luces y frutos
Como vasos de sangre
Como piedras de abismo
Como ramas y frondas
De dulces vísceras
Los muertos tienen manos
Empapadas de angustia
Y gestos inclinados
En el sudario del viento
Los muertos llevan consigo
Un dolor insaciable
Esto es el país de las fosas
Señoras y señores
Este es el país de los aullidos
Este es el país de los niños en llamas
Este es el país de las mujeres martirizadas
Este es el país que ayer apenas existía
Y ahora no se sabe dónde quedó
Estamos perdidos entre bocanadas
De azufre maldito
Y fogatas arrasadoras
Estamos con los ojos abiertos
Y los ojos los tenemos llenos
De cristales punzantes
Estamos tratando de dar
Nuestras manos de vivos
A los muertos y a los desaparecidos
Pero se alejan y nos abandonan
Con un gesto de infinita lejanía
El pan se quema
Los rostros se queman arrancados
De la vida y no hay manos
Ni hay rostros
Ni hay país
Solamente hay una vibración
Tupida de lágrimas
Un largo grito
Donde nos hemos confundido
Los vivos y los muertos
Quien esto lea debe saber
Que fue lanzado al mar de humo
De las ciudades
Como una señal del espíritu roto
Quien esto lea debe saber también
Que a pesar de todo
Los muertos no se han ido
Ni los han hecho desaparecer
Que la magia de los muertos
Está en el amanecer y en la cuchara
En el pie y en los maizales
En los dibujos y en el río
Demos a esta magia
La plata templada
De la brisa
Entreguemos a los muertos
A nuestros muertos jóvenes
El pan del cielo
La espiga de las aguas
El esplendor de toda tristeza
La blancura de nuestra condena
El olvido del mundo
Y la memoria quebrantada
De todos los vivos
Ahora mejor callarse
Hermanos
Y abrir las manos y la mente
Para poder recoger del suelo maldito
Los corazones despedazados
De todos los que son
Y de todos
Los que han sido
David Huerta
2 de noviembre de 2014, Oaxaca, México.
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