Pijao Editores: 50 años de vida (1972-2022)

Del 7 al 10 de septiembre de 2022, en varias salas culturales de la ciudad de Ibagué, Carlos Orlando y Jorge Eliécer Pardo, fundadores de Pijao Editores, celebraron, con el apoyo de las instituciones culturales tolimenses, los primeros 50 años de vida de producción editorial. Los acompañamos en un Encuentro Internacional de Escritores que tuvo participantes de España, Estados Unidos y Colombia, y en el que se lanzó una colección de 50 libros. Las palabras de presentación del Encuentro Internacional de Colombianista "Pijao Editores 50 años", estuvieron a cargo de los dos hermanos. Jorge Eliécer hizo un resumen histórico necesario para entender lo que significó la fundación y su posterior desarrollo. Válido, sobre todo, porque ya nadie hace historia literaria en Colombia. Los encuentros de escritores los insertaron en las ferias y, como éste, ya no se convocan. Exigen un gran esfuerzo, pero hacen escuela y se convierten en semilleros de ensayistas, le dan vida a la literatura y rompen las hegemonías caprichosas. Transcribo el texto de J. E. P. a continuación  (En la foto aparecen Jorge Eliécer Pardo y su esposa, la socióloga Elsa Castañeda).


Abrazos para los que celebran con nosotros este medio siglo de existencia luego de esas primeras palabras que dieron origen a dos vocaciones de escritores y a una editorial. Como siempre, y durante estas cinco décadas, pondero la persistencia de mi hermano Carlos Orlando quien, además de cultivar la literatura, ejerce el magisterio de la amistad y la cultura de manera desinteresada. J
amás le he oído hablar mal de un autor o un libro porque cree y respeta lo que significa el proceso creativo. También he dicho hasta la saciedad que soy escritor por imitación, porque leí los libros que mi hermano me indicó y porque quise emularlo en la poesía para conquistar las muchachas de nuestra primera juventud.

    Aquí, en esta emblemática Sala Alberto Castilla del Conservatorio del Tolima, se encuentran algunos escritores sobrevivientes de esta larga travesía y, en nuestros corazones, otros tantos que emprendieron el viaje y que nos alegraron la vida con sus presencias, libros y amistad. Hemos intentado descentralizar la hegemonía cultural y editorial y resignificar lo que Germán Vargas Cantillo afirmó alguna vez: la literatura colombiana se trasladó, del Caribe y Antioquia, al Tolima. La confirmación de la investigadora Paula Andrea Marín, del Instituto Caro y Cuervo y la Universidad de Antioquia, concluyó que Pijao se constituía en la editorial de mayor trascendencia en el ámbito regional de Colombia. Yo agregaría que es de las pocas editoriales independientes que ha sobrevivido cincuenta años.

    Lo regional hizo presencia en evocadores encuentros de escritores, como el de Pereira, organizado por Saúl Klemath, el de Neiva, por Benhur Sánchez Suárez, el de Ibagué, por Carlos Orlando Pardo y tantos otros en las zonas del Caribe y Santander. Pijao había cumplido ocho años cuando realizó el Encuentro Nacional por la Literatura, quizás el más grande del que se tenga noticia en Colombia, con más de trescientos hacedores de la palabra recorriendo escenarios públicos, colegios y escuelas; distintas generaciones de creadores se congregaron en Ibagué bajo la coordinación de Carlos Orlando Pardo, Rosita Jaramillo, Jaime Echeverry y yo. De esa gran asamblea surgió la más ambiciosa organización de escritores, con la idea de hacer presencia en el ámbito nacional donde la cultura estaba vetada por la élite de Bogotá y, por supuesto, por los gobernantes de turno. Se llamó, Unión Nacional de Escritores, une, que duró varias décadas, tuvo su revista y organizó encuentros con profesionales de otras disciplinas, se publicaron libros y apoyaron viajes a distintos países; aún existen filiales en varias regiones del país. Alguna vez afirmé —cuando la une se diluía— lo difícil que resultaba agremiar a los escritores, que son, por esencia, anarquistas.

    La mayoría de autores de nuestra generación ejercían la docencia y otros el periodismo. Estábamos compenetrados con los jóvenes que recibían nuestras clases, por lo general, divulgando la nueva literatura, contestaría, rebelde, experimental. Los suplementos literarios, por entonces de gran calidad, fueron material educativo todos los lunes en las aulas.

    Cabe destacar que fue Juan Gustavo Cobo Borda, quien reunió en sus dos tomos de Obra en marcha, a la mayoría de los púberes autores, poetas y narradores, muchos de ellos perdidos en el tiempo. Y Oveja negra se aventuró a hacer una colección de literatura colombiana, con cien autores que recorrían los tiempos de Jorge Isaacs, José Eustasio Rivera, pasando por García Márquez hasta llegar a los más jóvenes. Pijao ha seguido esa tradición con varias colecciones de cuentos, novela, poesía. Dos periodistas registraban los libros que se producían en el país, desde pequeños nichos en los grandes periódicos: Germán Vargas con su Ventana al mar e, Isaías Peña, con El correo de los chasquis. Eran los años en los que leíamos a nuestros contemporáneos, nos reuníamos en tertulias —que llamábamos talleres— a discutir, y más que eso, a compartir textos inéditos, referencias de libros y, sobre todo, alimentar la amistad. Aquí, en El Tolima, nació y creció el Grupo Cultural Pijao alrededor del ejercicio creativo y de la revista Pijao con sus periodos escalonados de presencia nacional.

    Recuerdo y evoco a los ausentes, al historiador y novelista Darío Ortiz Vidales, al poeta Víctor Hugo Triana y al cronista y narrador Camilo Pérez Salamanca, escritores comprometidos con el oficio; también rememoro a las cuatro parejas de hermanos escritores, José Ramón y Jairo Mercado, Hugo y Roberto Ruiz, fallecidos, Isaías y Joaquín Peña y los Pardo, aún por estos contornos. Revivo los años en que intercambiábamos publicaciones con las revistas Gato encerrado, Teorema, Mephisto, Aleph, Puesto de combate, Común presencia, Punto rojo, Tolima, Astrolabio, El Carnero, Luna de arena, El Túnel, Ulrika.

    Nos consideramos un grupo editorial de resistencia. Desde su creación, nuestros textos y publicaciones querían —sin que fuera un propósito explícito— reflejar la realidad de nuestro país, la de los defensores de los derechos humanos, el sindicalismo, contra la violencia viniera de donde viniera y críticos de la burocracia. Y como nos tocó una Colombia en conflicto permanente, donde no ha parado la sangre inocente, nos consideramos hijos de la violencia, trashumantes de la guerra perdida. Creemos en la reparación simbólica que la literatura aporta a la reivindicación de las víctimas y la resignificación de la memoria histórica del pasado reciente.

    Pijao Editores intenta desbloquear a nuestra generación, como alguna vez lo proclamó Isaías Peña. Formar parte del canon antihegemónico, el de los lectores que van a nuestros libros sin pasar por los canales de la distribución y comercio de las grandes editoriales que determinan quiénes valen o quienes no, en las letras nacionales. La gran mayoría de nuestros autores tienen sus lectores asegurados porque poseen una calidad estética digna de ser tenida en cuenta. Al abrir la colección, “Estudios literarios”, ensayos sobre la literatura del Tolima Grande, los volúmenes escritos por académicos estudiosos de nuestras narrativas, consideramos que existe un magma literario que, desde la región, narra el mundo. Liderados por el profesor Raymond L. Williams los nuevos colombianistas siglo XXI, académicos de distintas universidades de Estados Unidos se vienen ocupando de la valoración de nuestros libros. Y no sólo ellos, también europeos, como el crítico español Manuel Neila, y traductores de diferentes lenguas miran hacia al Tolima como un núcleo con su propia interpretación del tiempo y espacio que nos tocó en suerte.

    Seguiremos aquí, frente a Pijao Editores, el tiempo que nos permita la vida. Permanecer —para mí— es un premio. Tener —en la conmemoración de medio siglo— a amigos y familiares entrañables que comparten este sueño, un privilegio. Escuchar los acordes de la viola, ejecutada por la compositora y virtuosa Sarita Naranja, permitiendo que mi pianista que llegó de Hamburgo viaje de nuevo a Colombia, y a este bello Conservatorio de Música, e inicie otras vez su periplo por el amor y la guerra, un anuncio de que valió la pena vivir para la literatura.

 

Bogotá, septiembre de 2022


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